“Ponte de lado, mirando a tu pareja”, le musita Violeta a Él. Saúl hace
lo mismo con Ella. Y, en una postura cercana al laúd transversal, nos
miramos fijamente, mientras nuestros maestros tántricos nos acompañan en
un juego erótico a ocho manos que, a través del espejo, se transforman
en dieciséis. Es como si nos hubiéramos reencarnado en Avalokitesvara,
el buda de los mil brazos. En este punto álgido, nos dejan solos para
que disfrutemos de media hora de intimidad, en la que definitivamente
alcanzamos el Nirvana.
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